KAWAKAMI, Hiromi. (2015). Vidas frágiles, noches oscuras. Barcelona: Acantilado.
KAWAKAMI, Hiromi. (2016). Amores imperfectos. Barcelona: Acantilado.
Hace bastante tiempo leí El cielo es azul, la tierra blanca de Hiromi Kawakami, una novela
que pese al tono ligeramente aséptico y seco que suele utilizar la autora (muy
en consonancia con la apatía, el desencanto y la indolencia que caracteriza la
vida de sus personajes y la actitud de estos hacia ella), poseía una elegancia
narrativa que, unida a la belleza de una historia amable (que no por ello
idealizada ni mucho menos estilizada), hicieron de esta obra la pieza que la terminó
de consolidar como escritora en Japón (la obra fue galardonada con el Premio
Tanizaki). La historia en la que un profesor jubilado y una antigua alumna suya
ya rozando la cuarentena se encuentran y comienzan a frecuentar el mismo local
de copas hasta que paulatinamente surge entre ellos una ternura que va más allá
de la amistad, resultó ser encantadora y me dejó con ganas de leer más obras de
la autora; un anhelo que he satisfecho hace unas pocas semanas con dos publicaciones
de Acantilado: Vidas frágiles, noches oscuras y Amores imperfectos. La primera es una novela y la segunda un tomo
de relatos breves. Aunque no sé si hablar de satisfacción porque, salvo
contados párrafos, en conjunto ambos libros me han dejado una sensación de
indiferencia, cuando no de decepción; hasta diría que me han provocado el mismo
vacío que asalta a sus personajes, y no porque haya simpatizado excesivamente
con ellos ni con su situación vital.
Hiromi Kawakami tiene un gancho fuerte en estas dos obras, y
es el tema del desengaño amoroso, ya sea por traición, aburrimiento o
contradicción de las creencias y las expectativas que tienen sus protagonistas
sobre el concepto del romance. Este es un tema eternamente tratado, además de
eternamente seductor; y aunque he de decir que la forma en que lo abordaba en El cielo es azul, la tierra blanca tenía
cierta gracia y era original en su tratamiento (que no en su estructura
argumentativa); en la novela que nos ocupa, así como en el conjunto de relatos,
este asunto se desarrolla en términos generales de manera algo pobre y típica. Vidas frágiles, noches oscuras es por
momentos artificial y Amores imperfectos,
por momentos insufrible. No obstante, y pese a haber empezado con lo malo,
tampoco son dos obras condenables; de hecho me han entretenido y me han
proporcionado una lectura amena ya que Kawakami mantiene en ellas la cadencia
refinada con punto amargo a la que me he referido antes.
Vidas frágiles, noches
oscuras es una historia segmentada en cuatro puntos de vista: el de Lili,
su amiga Haruna, su esposo Yukio (que mantiene una relación adúltera con Haruna
desde que era novio de Lili), y Akira, el joven y actual amante de Lili. Este
es un plantel no incoherente ni imposible pero bastante extraño. No obstante,
la principal falta que veo es que las
relaciones amorosas entre los personajes surgen, sobre todo en el caso de Lili
y Akira, de forma forzada, casi sin ningún sentido. Kawakami intenta mantener
ese tono de “en la vida no ocurre realmente nada” que es característico y
heredero de autores neorrealistas como Natsume Sōseki e intenta mantenerlo en
la forma en la que surgen las relaciones afectivas entre estos cuatro personajes
sin conseguirlo. Es cierto que los personajes, aunque algo típicos, son
desarrollados con profundidad. De hecho, para darles voz de forma exclusiva, Kawakami
se ha valido de unos capítulos que acogen, cada uno, tan solo el punto de vista
de uno de los personajes. Esto conlleva a que en muchos de los capítulos se
superponga lo acontecido bajo la perspectiva de un personaje, a lo que ya
habíamos visto que vivía otro de ellos en el capítulo precedente. Este juego de
distintos tiempos y miradas es uno de los puntos fuertes de la novela y en el
que la autora se maneja con maestría. Es más, cada capítulo tiene por título
una metáfora dedicada al personaje y que lo describe a nivel emocional (un
bello detalle que supongo y espero que no sea una licencia de la traducción).
No obstante, a la hora de conectar a los personajes se le escapa la pluma y a
uno le da la sensación de que las relaciones entre ellos surgen porque sí, sin
más.
Quizá se pueda entender que mi crítica es más hacia un tono
y una narración de tramas minimalistas, que casi podrían ser la entrada aislada
de cualquier diario. Nada más lejos de la verdad. Siento un gran afecto, además
de una inmensa admiración, por este tipo de literatura que llena cada párrafo
con alusiones a pequeños detalles en los que se otorga valor a todo lo que
ocurre alrededor de tan solo un segundo de vida de un personaje: si el rayo de
luz que caía sobre la manga de su kimono se atenúa porque pasa una nube, si el
sabor de la comida de repente se mezcla con el aroma de otra que acaban de
poner en la mesa de al lado, si el chico cualquiera con el que se cruza el
protagonista de repente hace una mueca ante un escaparate…
Pequeños detalles que no forman parte de la trama, que no la
enriquecen, pero que sin embargo están, que sin embargo existen porque existen
los personajes. Quien jamás haya entrado en contacto con la literatura japonesa
puede hacerse una idea equivocada de esta sobreabundancia de detalles, pero se
ha de aclarar que no están para llenar espacio; están porque son valiosos,
están porque con ellos se dibuja mejor el instante preciso en el que se halla
el personaje, aun cuando ni él mismo sea consciente del cosmos vivo que le rodea.
Y como son valiosos, en ningún momento ralentizan el texto ni le hacen perder
ritmo. Todo lo contrario, sorprendentemente se le otorgan fluidez.
Nada de esta fluidez se pierde en Kawakami; de hecho, es
común en sus obras; pero en Vidas frágiles,
éstos apuntes no es que parezca que están para engordar párrafos sino para
llenar el vacío existencial, además del narrativo, de unos personajes sobre los
que casi no hay mucho que decir. Y no hay mucho que decir no por una pretensión
realista, sino porque son personajes de arquitectura algo manida y plana.
Algo semejante ocurre en Amores
imperfectos; aunque quizá aquí dicha sensación se pueda perdonar teniendo
en cuenta que más que relatos, la mayoría son casi microrrelatos de una
extensión, algunos de ellos, de unas escasas dos páginas.
Por terminar, no diría en absoluto que Kawakami no haya de
leerse. Recomiendo encarecidamente a los lectores El cielo es azul, la tierra blanca. Sin embargo, las dos obras de
las que ha sido objeto esta reseña, quizá animaría a echarles un vistazo como
lectura ligera y sin excesivas pretensiones.
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