sábado, 18 de febrero de 2017

Romances vacíos

KAWAKAMI, Hiromi. (2015). Vidas frágiles, noches oscuras. Barcelona: Acantilado.
KAWAKAMI, Hiromi. (2016). Amores imperfectos. Barcelona: Acantilado.

      Hace bastante tiempo leí El cielo es azul, la tierra blanca de Hiromi Kawakami, una novela que pese al tono ligeramente aséptico y seco que suele utilizar la autora (muy en consonancia con la apatía, el desencanto y la indolencia que caracteriza la vida de sus personajes y la actitud de estos hacia ella), poseía una elegancia narrativa que, unida a la belleza de una historia amable (que no por ello idealizada ni mucho menos estilizada), hicieron de esta obra la pieza que la terminó de consolidar como escritora en Japón (la obra fue galardonada con el Premio Tanizaki). La historia en la que un profesor jubilado y una antigua alumna suya ya rozando la cuarentena se encuentran y comienzan a frecuentar el mismo local de copas hasta que paulatinamente surge entre ellos una ternura que va más allá de la amistad, resultó ser encantadora y me dejó con ganas de leer más obras de la autora; un anhelo que he satisfecho hace unas pocas semanas con dos publicaciones de Acantilado: Vidas frágiles, noches oscuras y Amores imperfectos. La primera es una novela y la segunda un tomo de relatos breves. Aunque no sé si hablar de satisfacción porque, salvo contados párrafos, en conjunto ambos libros me han dejado una sensación de indiferencia, cuando no de decepción; hasta diría que me han provocado el mismo vacío que asalta a sus personajes, y no porque haya simpatizado excesivamente con ellos ni con su situación vital.
      Hiromi Kawakami tiene un gancho fuerte en estas dos obras, y es el tema del desengaño amoroso, ya sea por traición, aburrimiento o contradicción de las creencias y las expectativas que tienen sus protagonistas sobre el concepto del romance. Este es un tema eternamente tratado, además de eternamente seductor; y aunque he de decir que la forma en que lo abordaba en El cielo es azul, la tierra blanca tenía cierta gracia y era original en su tratamiento (que no en su estructura argumentativa); en la novela que nos ocupa, así como en el conjunto de relatos, este asunto se desarrolla en términos generales de manera algo pobre y típica. Vidas frágiles, noches oscuras es por momentos artificial y Amores imperfectos, por momentos insufrible. No obstante, y pese a haber empezado con lo malo, tampoco son dos obras condenables; de hecho me han entretenido y me han proporcionado una lectura amena ya que Kawakami mantiene en ellas la cadencia refinada con punto amargo a la que me he referido antes.
      Vidas frágiles, noches oscuras es una historia segmentada en cuatro puntos de vista: el de Lili, su amiga Haruna, su esposo Yukio (que mantiene una relación adúltera con Haruna desde que era novio de Lili), y Akira, el joven y actual amante de Lili. Este es un plantel no incoherente ni imposible pero bastante extraño. No obstante, la principal falta que veo es que  las relaciones amorosas entre los personajes surgen, sobre todo en el caso de Lili y Akira, de forma forzada, casi sin ningún sentido. Kawakami intenta mantener ese tono de “en la vida no ocurre realmente nada” que es característico y heredero de autores neorrealistas como Natsume seki e intenta mantenerlo en la forma en la que surgen las relaciones afectivas entre estos cuatro personajes sin conseguirlo. Es cierto que los personajes, aunque algo típicos, son desarrollados con profundidad. De hecho, para darles voz de forma exclusiva, Kawakami se ha valido de unos capítulos que acogen, cada uno, tan solo el punto de vista de uno de los personajes. Esto conlleva a que en muchos de los capítulos se superponga lo acontecido bajo la perspectiva de un personaje, a lo que ya habíamos visto que vivía otro de ellos en el capítulo precedente. Este juego de distintos tiempos y miradas es uno de los puntos fuertes de la novela y en el que la autora se maneja con maestría. Es más, cada capítulo tiene por título una metáfora dedicada al personaje y que lo describe a nivel emocional (un bello detalle que supongo y espero que no sea una licencia de la traducción). No obstante, a la hora de conectar a los personajes se le escapa la pluma y a uno le da la sensación de que las relaciones entre ellos surgen porque sí, sin más.
      Quizá se pueda entender que mi crítica es más hacia un tono y una narración de tramas minimalistas, que casi podrían ser la entrada aislada de cualquier diario. Nada más lejos de la verdad. Siento un gran afecto, además de una inmensa admiración, por este tipo de literatura que llena cada párrafo con alusiones a pequeños detalles en los que se otorga valor a todo lo que ocurre alrededor de tan solo un segundo de vida de un personaje: si el rayo de luz que caía sobre la manga de su kimono se atenúa porque pasa una nube, si el sabor de la comida de repente se mezcla con el aroma de otra que acaban de poner en la mesa de al lado, si el chico cualquiera con el que se cruza el protagonista de repente hace una mueca ante un escaparate…
      Pequeños detalles que no forman parte de la trama, que no la enriquecen, pero que sin embargo están, que sin embargo existen porque existen los personajes. Quien jamás haya entrado en contacto con la literatura japonesa puede hacerse una idea equivocada de esta sobreabundancia de detalles, pero se ha de aclarar que no están para llenar espacio; están porque son valiosos, están porque con ellos se dibuja mejor el instante preciso en el que se halla el personaje, aun cuando ni él mismo sea consciente del cosmos vivo que le rodea. Y como son valiosos, en ningún momento ralentizan el texto ni le hacen perder ritmo. Todo lo contrario, sorprendentemente se le otorgan fluidez.
      Nada de esta fluidez se pierde en Kawakami; de hecho, es común en sus obras; pero en Vidas frágiles, éstos apuntes no es que parezca que están para engordar párrafos sino para llenar el vacío existencial, además del narrativo, de unos personajes sobre los que casi no hay mucho que decir. Y no hay mucho que decir no por una pretensión realista, sino porque son personajes de arquitectura algo manida y plana.
      Algo semejante ocurre en Amores imperfectos; aunque quizá aquí dicha sensación se pueda perdonar teniendo en cuenta que más que relatos, la mayoría son casi microrrelatos de una extensión, algunos de ellos, de unas escasas dos páginas.
      Por terminar, no diría en absoluto que Kawakami no haya de leerse. Recomiendo encarecidamente a los lectores El cielo es azul, la tierra blanca. Sin embargo, las dos obras de las que ha sido objeto esta reseña, quizá animaría a echarles un vistazo como lectura ligera y sin excesivas pretensiones.

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