FREEDBERG, David. (2011). El poder de las imágenes. Madrid: Cátedra.
El poder de las
imágenes, de David Freedberg se ha convertido con el tiempo un gran clásico
dentro de los estudios visuales. Freedberg es profesor de Historia del Arte en
la Universidad de Columbia y ha realizado investigaciones sobre cuestiones
relativas a la iconoclasia (Iconoclasts
and Their Motives, 1984),
algo que se ve reflejado también en este tomo. Sin embargo, y aunque este tópico
es abordado repetidas veces en la investigación que nos ocupa, El poder de las imágenes es más bien una
historia de las respuestas hacia las imágenes.
En su ensayo El poder
de las imágenes, Freedberg intenta esclarecer cuáles son las posibles
razones de las respuestas humanas hacia las imágenes, ya sean éstas imágenes
artísticas o no e independientemente del contexto que las rodee; pues si bien
es cierto que el contexto influye en nuestra experiencia ante una imagen
(ciertamente hay un nexo entre convención y creencia) (p. 28) tampoco deja de
ser verdad que las imágenes nos han afectado desde siempre.
En esa capacidad de afectarnos reside su poder y, por tanto,
nuestro recelo hacia ellas. La tesis principal que Freedberg sostiene es que en
la relación que mantenemos en la actualidad con las imágenes hay un componente
represivo consistente en negar, no solo que éstas nos provocan más afectos de
los que consideramos pertinentes hacia un objeto
inerte, sino también en rechazar la idea de que nuestras reacciones y
emociones hacia las imágenes sean las mismas que las de nuestros antepasados o
que las de aquellos a quienes consideramos iletrados o pertenecientes a
culturas menos avanzadas.
Existe un factor incómodo en las imágenes que ha hecho que
desde hace siglos se las haya temido y se hayan desencadenado reacciones
iconoclastas hacia ellas. Este factor es, como se ha dicho, una consciencia
plena del poder que tienen para afectarnos, así como el de otros peligros que
su contemplación entraña: entre ellos, el riesgo de confundir la representación
con lo representado y que ello conduzca a la idolatría. El temor a la idolatría
es un lugar común dentro de la manera en la que muchos pensadores de la
Contrarreforma hablaron a la hora de condenar el uso de las imágenes, y no
podemos decir que esa forma de hablar se deba simplemente a un cliché o a una
convención repetida gran cantidad de veces. “Una opinión enunciada con tanta
fuerza y atractivo, es de suponer que esté basada en una creencia firme más que
en la directa repetición de un topos o de alguna idea comúnmente aceptada.” (p.
23) Estos autores realmente creían y eran conscientes de los usos, de la
eficacia y el poder que tienen las imágenes.
Es necesario aclarar antes de continuar, que el objetivo de
Freedberg no es ni realizar un análisis de lo que son nuestras respuestas ni
establecer un componente común que dé explicación a lo que es una imagen. Lo
que él trata de hallar y analizar es cuáles son los lugares comunes dentro de
nuestras respuestas para tratar de determinar cómo nos relacionamos con las
imágenes y de dónde proviene el poder y los efectos de éstas sobre nosotros:
“Alguien podría suponer ingenuamente que mi método
pretende elevar a la calidad de hipóstasis la respuesta o determinadas clases
de respuestas, pero nada podría estar más lejos de la verdad. No se propone
determinar lo que son o no son las respuestas ni, de hecho, lo que la respuesta
es o deja de ser. Tiene que ver con los modos de hablar sobre comportamientos que
los espectadores reconocen como propios y sobre las modalidades de conducta y
de interacción que no pueden darse sin la presencia del objeto en el que está
representada una figura.” (p. 43)
Ante todo, el propósito de Freedberg es más bien el análisis
de un primer nivel de respuesta, un tipo de reacción recurrente en todas las
épocas y lugares (p. 11). Con lo cual, aunque acude a numerosos ejemplos de
imágenes, su estudio no se centra en casos ni clases de imágenes sino en las
clases de respuestas (p. 13). Principalmente, de aquellas que según él
reprimimos por considerarlas o bien propias de una mentalidad supersticiosa y
superada, o bien impropias cuando, por ejemplo, nos enfrentamos al análisis de
obras de Arte. De hecho, Freedberg sostiene que hay una escisión en nuestra
forma de experimentar lo que consideramos Arte elevado y el resto de imágenes.
Cuando estamos ante lo que consideramos Arte con mayúsculas, las respuestas
primarias como el deseo, se reprimen más que nunca y tratan de obviarse
mediante reflexiones técnicas y teóricas sobre lo que estamos percibiendo. Sin
embargo:
“[…] por mucho que intelectualicemos […], todavía
subsiste un nivel básico de reacción que rebasa fronteras históricas, sociales
y otras de tipo contextual. Precisamente en ese nivel –perteneciente a nuestra
dimensión psicológica, biológica y neurológica en tanto que miembros de la
misma especie- es donde nuestra cognición de las imágenes se conecta con la de
otros hombres y mujeres, y es este punto
inmóvil el que buscamos.”(p. 41)
El hecho es que en general, según Freedberg, admitir nuestra
actitud hacia ellas nos incomoda porque inducen a comportamientos irracionales
como atestiguan los numerosos casos de ataques a imágenes. Tememos su poder y
por ello reprimimos y evadimos nuestras expresiones hacia ellas en base a
descripciones formales e intelectualistas. Parte de esta tendencia a la
negación es heredera de una tradición que siempre se ha resistido a considerar
las emociones como parte de la cognición (p. 476).
Las teorías de Freedberg, aún de gran interés, no han estado
exentas de críticas por parte de autores
como Ernst Gombrich. Si bien Gombrich alaba el trabajo de Freedberg, le critica
su tesis de la relación entre semejanza y eficacia.
Freedberg mantiene que, por ejemplo, en contextos
mágico-religiosos, la creencia en la eficacia de ciertas representaciones no es
causada ni por razones de simpatía ni por razones de magia; tampoco es debida a
la condición simbólica del objeto, sino que se debe a que está presente una
congruencia antropomórfica. "Cuando vemos la imagen semejante, la
sustituimos mentalmente por el prototipo real que representa; a menos que […]
se imponga una diferenciación estética por motivos de atención o abstracción.
Esta tendencia a la sustitución no dimana de ningún proceso mágico. Forma parte
del proceso cognoscitivo y es la raíz de la creencia en la eficacia de las
imágenes «mágicas»" (p. 316). La idea de la semejanza o el realismo como
responsable en buena parte de la eficacia sobre nuestros afectos que tienen
algunas imágenes es defendida por Freedberg a lo largo de su ensayo.
En contra de esto, desde una concepción semiótica, Ernst
Gombrich (1998) critica la idea de que la eficacia de una representación esté
en gran medida ligada a su grado de realismo o semejanza con el referente. Para
Gombrich, una imagen es una representación que es capaz de estar en lugar de
otro objeto porque puede aglutinar todo aquello que consideramos, según nuestro
interés, propio del original sin que ello signifique que tenga que ser física y
materialmente similar al objeto al que hace referencia. Una representación es
algo que no tiene por qué ser una réplica exacta del original, ni siquiera
tiene porqué guardar un parecido estrictamente físico, basta con que sirva más
o menos para lo mismo que el original. “El criterio de valor de una imagen no
es su parecido con el modelo, sino su eficacia dentro de un contexto de acción”
(1998, p. 94). Debido a que esto es así,
podemos usar “las más inverosímiles herramientas para los más inverosímiles
fines” (1998, p. 84). Pero no es solo
que podamos usar los objetos más inimaginables para representar a otros objetos
sino que, debido a la capacidad que tiene el ser humano de proyectar, vemos automáticamente los más inverosímiles objetos como
si fueran otras realidades. De esa
eficacia se deriva el que sintamos que, por ejemplo, ciertos retratos nos
miran.
Gombrich ataca más aspectos de los puntos destacados del
argumento de Freedberg, como los relativos a la represión de nuestras
respuestas primarias cuando contemplamos Arte; pero abordarlos aquí sería
extendernos demasiado. Quizá por ello sería interesante, en un futuro, ampliar
en otro post esta discusión o, incluso, tratar en profundidad alguno de los
capítulos del libro de Freedberg.
Para terminar, y pese a las críticas mencionadas, no puedo,
como Gombrich, sino dejar de recomendar la lectura de esta obra a todo aquel
interesado en el estudio de las imágenes; aunque también la recomendaría a
aquel cuyos intereses sean distintos; pues los problemas que a través del análisis
visual aborda Freedberg son determinantes para entender una parte de cómo
funciona nuestra cognición y nuestra percepción, no solo de las imágenes, sino
del mundo en general. Pese a que desde los ataques platónicos y las polémicas
iconoclastas en la Edad Media, las imágenes han sido infravaloradas como fuente
de conocimiento; éstas no han dejado de gozar de un gran desarrollo a lo largo
de la historia. La imagen, como sostienen autores como Gottfried Boehm. (2011,
p.90) “es una necesidad profundamente arraigada en el ser humano”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario