BALLARD. J. G. (2006). El mundo sumergido. Barcelona: Planeta DeAgostini
Si bien la
ciencia ficción es uno de mis géneros cinematográficos favoritos, son contadas
las ocasiones en las que le he dedicado atención a literatura del mismo género,
y no por prejuicios, escepticismo o desprecio; simplemente, las circunstancias
han hecho que pocas veces nos hayamos cruzado en el camino, algo que estoy
recientemente tratando de suplir y que me está aportando grandes
satisfacciones. La última de ellas ha sido El
mundo sumergido de Ballard.
Hace algunos
años ya había leído del mismo autor una obra que sería el equivalente literario
y de ciencia ficción de una estrambótica película de David Lynch: La exhibición de atrocidades. Aquel
relato era una pieza enigmática, surrealista y de tiempos ambiguos, en los que
uno no discernía si estaba en un escenario ante o post-apocalíptico, ya fuera
real o mental; y en el que los personajes eran varios y uno al mismo tiempo,
dando la impresión de que mutaban en cada capítulo sin que a la vez cambiaran
en absoluto.
Por lo
general, mi relación con este tipo de productos suele ser de amor-odio: o me
apasionan o me resultan tremendamente insufribles. En el caso de La exhibición de atrocidades, y muy al
contrario de lo que me ha sucedido con varias de las películas de David Lynch, aquella
lectura desembocó en un profundo enamoramiento que despertó aún más mi interés
por este escritor del que hacía mucho que quería leer algo.
No obstante, en
El mundo sumergido Ballard cambia de
tercio y elabora un texto que no guarda la más mínima relación de parentesco
con la clase de obras comentadas; sino que se trata de una historia
narrativamente al uso, con su planteamiento, su nudo y su desenlace. Si bien en
ella también existen componentes surrealistas, éstos quedan relegados a la vida
interior de los protagonistas. Ballard acota a los personajes estableciendo una
perfecta separación entre ellos y el lector. Dicho de otro modo, la confusión
entre el entorno que habitan los protagonistas y la atmósfera interna que les
habita a ellos sólo se tambalea ante los ojos de estos y no ante los del
lector, como sí ocurre en La exhibición
de atrocidades.
El mundo sumergido nos traslada a un
futuro no muy lejano en el que la temperatura del planeta se ha incrementado
significativamente y los polos se han derretido anegando el globo de mares,
ríos y lagunas. Del viejo mundo tan sólo se conservan parte de las estructuras
arquitectónicas más altas, las cuales asoman la cabeza como náufragos a punto
de rendirse. Los supervivientes han emigrado hacia el norte, el único punto del
planeta con unas condiciones soportables para la vida humana; y sólo unos pocos
se aventuran, hasta donde pueden, hacia el sur; ya sea para investigar o para
saquear lo que queda.
La historia se
centra en Kerans, un biólogo que junto a otros compañeros de profesión, llevan
meses anclados en una de las lagunas retiradas del norte. Trabajan en un
laboratorio flotante, unido y protegido por una nave militar ocupada por un regimiento
con el que cooperan.
Kerans y una
muchacha que va con ellos, Beatrice, han residido durante todo ese tiempo en las
últimas plantas de los lujosos edificios que sobresalen del agua de la zona y
poco a poco se han visto asediados por sentimientos de permanencia y letargo;
como si sus espíritus enraizaran inducidos por el lugar a un abandono e
inmovilidad semejantes a las de las iguanas gigantes que ahora se han adueñado
de las junglas, y que yacen todo el día apostadas como esfinges de piedra sobre
las ruinas agredidas por un sol que se ha vuelto feroz.
Debido a ese
motivo, reciben con contrariedad y decepción la noticia, por parte de Riggs (el
superior al mando de ese campamento acuático), de que partirán en breve hacia
el norte ya que desde el sur se avecinan tormentas y subidas de temperaturas
que harán de esa latitud un lugar impracticable para el desarrollo y la vida de
los seres humanos. Sin embargo, Kerans y Beatrice no cederán y, pese a los
peligros, irán abasteciéndose en secreto con la ayuda de Bodkin, otro biólogo
que a diferencia de Kerans, conoció en su juventud cómo era el planeta antes de
la conquista de las aguas.
Saben que a
ojos de todo el equipo tal decisión es una locura, pero consideran que la
resolución de quedarse allí es la consecuencia lógica a la que los invita un
mundo que ha involucionado a las condiciones de la Tierra primitiva. Kerans,
como Beatrice y otros compañeros, han sido víctimas en las últimas semanas de
pesadillas similares: sueños que centrifugan memorias arcaicas y que han
provocado que quienes empezaron a sufrirlos se hayan paulatinamente encerrado
en sí mismos:
“La creciente
tendencia al aislamiento y a encerrarse en ellos mismos que se manifestaba en
todos los hombres del grupo, y a la que sólo el alegre Riggs parecía inmune, le
recordaba a Kerans el metabolismo disminuido y la regresión biológica de todas
las formas animales cuando va operarse en ellas una metamorfosis fundamental.
Se preguntaba en qué zona de tránsito estaba entrando él mismo, y pensaba que
su propia regresión no era síntoma de una esquizofrenia latente, sino una
cuidadosa preparación para un ambiente radicalmente nuevo, con una lógica y un
mundo interior propios, donde las antiguas categorías mentales serían
verdaderos impedimentos.” (p. 16)
Como se
aprecia en este párrafo, la novela está plagada de reflexiones en las que
psicoanálisis, filosofía y biología se comunican bajo alusiones a teorías de
evolución regresiva, miedos atávicos y vapores oníricos que son recuerdos
sedimentados de hace millones de años. Ballard ha cimentado en esta maravillosa
historia un universo que no es sino la transposición de la arquitectura
psíquica de los personajes. Lo que del viejo mundo aún logra insinuarse sobre
las aguas, es un esqueleto neuronal ahogado en el lodo de un macro-inconsciente
líquido. Un inconsciente que tira en silencio de las voluntades, dirigiéndolas
hacia la última vértebra de lo más escondido y repudiado de nuestro origen.
El mundo
sumergido no es desde luego una obra para todos los gustos ya que posee poca
acción y dinámica narrativa. Algo que para mí ni es un demérito ni deja de serlo,
pero que para muchos lectores lo es y, por tanto, puede parecerles que las
páginas carecen de ritmo. Sin embargo, si así es, si en verdad se da ausencia
de ritmo, en mi opinión ésta es sin duda buscada por el autor para equilibrarla
y hacerla paralela a la indolencia mental de los protagonistas.
Bajo mi punto
de vista, el libro tan sólo presenta una serie de asperezas; y son unos
decepcionantes capítulos finales en los que se produce un giro de los
acontecimientos forzado y más tarde una conclusión que queda torpemente
abierta. No tengo nada en contra de los finales abiertos, de hecho es un
recurso que me gusta mucho, pero cuando está bien articulado; esto es, cuando
suscita preguntas legítimas que contribuyen a indagar y a ampliar en la
imaginación del lector el universo ofrecido por el autor. En cambio, el final
de esta novela es a mi juicio perezoso. Ballard ofrece una trama que le dejaba a
uno el cerebro tiritando de curiosidad y suspense para después despachar de un
manotazo sin gracia muchos de los misterios planteados al inicio.
En suma, y a
excepción de estos desafortunados capítulos, puedo afirmar que se trata de un
clásico de ciencia-ficción más que recomendable, tanto por la brillantez de su
estilismo narrativo como por su contenido sugerente y reflexivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario